El pescador encapotado

José Javier Rojas



Batman se paró en el kioskito a comerse una empanada de cazón. Venía de pescar, y tenía mucha hambre porque había salido a faenar muy temprano. Desde que se retiró a vivir en Margarita, regularmente salía con los pescadores en su peñero negro y lo agarraba el amanecer cuando ya casi estaban de regreso en el muelle.

La vida de pescador artesanal le gustaba, era muy distinta a su vida como detective en Ciudad Gótica. En Margarita todo el mundo lo quería, no tenía enemigos, y lo más curioso, nadie creía que era Batman precisamente porque siempre estaba vestido de Batman.

Algunos le decían "El espía Salazar" y se partían de la risa, pero igual le daban con gusto un abrazo y le invitaban una cerveza helada mientras lo palmoteaban en la espalda. Batman estaba ya muy viejo, y se había ido a vivir a Porlamar por pura casualidad, mientras cumplía el último deseo del testamento de Alfred. Su mayordomo había tenido un hijo con una mujer de Juan Griego en unas vacaciones cuando estudiaba en Eton y Venezuela era entonces un país que prometía modernidad, progreso y seguridad a sus visitantes.

Resulta que el último deseo de Alfred era que esparcieran sus cenizas en el santuario de la Virgen del Valle. Uno podría especular acerca del porqué de tanta devoción de Batman para con su anciano mayordomo. Algunos conocedores aventuran que Alfred era su verdadero padre, pues era harto conocida su madre como una mujer de cascos muy ligeros, de hecho, toda una vampiresa del jet set, felina saltarina de cama en cama, protagonista de no pocos escándalos y estruendosos atajaperros de rompe y rasga con mujeres agraviadas por sus aventuras incesantes... (de ahí todo el rollo de la máscara y la capa, los chistes a sus costillas cuando párvulo, y el disfraz como evasión de su realidad como bastardo de la servidumbre y la abulia de su padre oficial, el cornudo, ante el descaro de su mujer insaciable... y siendo que Freud dice, palabras más palabras menos, que la culpa de toda demencia es siempre de mami, pues la gallinita dice Eureka y ya lo ven).

Lo cierto es que cuando Batman vio el sol del oriente venezolano, quedó prendado para siempre de esa tierra. Además, el hijo margariteño de Alfred era contemporáneo suyo y desde el día que se conocieron, lo recibió en su casa diciéndole "¡Primo!". Batman luego descubriría que tal trato no era para nada excepcional en aquellos lares, pero para entonces hacía rato que había quedado atrapado con su cálida hospitalidad.

Era un poco incómodo cargar puestos la capa y el antifaz en el solazo margariteño, pero a Batman le daba fastidio quitarse el disfraz. Sucede que cuando Batman se quitaba su máscara, los turistas, los navegaos y hasta los locales con cierto mundo se volvían locos y lo abrumaban pidiéndole autógrafos y queriendo sacarse fotos con él. Llegaban al extremo de ponerse impertinentes y hasta violentos si no los complacía, y no lo dejaban en paz hasta salirse con la de ellos. Batman estaba viejo y panzón. Era calvo y tenía el bigote ralo entrecano. Batman sin disfraz era igualito a Sean Connery.

-Mira, mamá. ahí está el actor de James Bond  -decía un mocoso cuyo paquete de TV por cable incluía TCM y MGM, y salía la tropa de caraqueños y maracuchos a caerle encima al pobre Batman. La vida es rara.

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