Tres confesiones a mi doctora

Carlos Zerpa



PRIMERA
He estado de viaje por más de dos horas para poder llegar aquí y cumplir con mi cita, querida doctora. Yo ocupaba la parte delantera del vehículo en el que vine con otro pasajero y el chofer; en el asiento de atrás venían otros tres hombres, casi todos dormían o leían la prensa, o pensaban en quién sabe qué… El hombre que manejaba estaba separado de mí por uno que dormía, yo por mi parte he preferido ir en esta cabina dándole utilidad a las horas de viaje, es de suma importancia para mí no perder mi tiempo.

Al inicio venía contando las partes de la fragmentada línea que divide el canal derecho del canal izquierdo; luego perdí la cuenta cuando mi pensamiento se puso a lucubrar cosas en relación al largo y ancho de estos fragmentos, y la posibilidad de su igualdad por tamaño, color, forma y tiempo de ellos.

Pensar en esa línea fragmentada me hace bien, contar los espacios es como una oración, una experiencia mística, en la que he llegado a sumas impresionantes, en la que he contado hasta llegar a cifras que usted ni creería, ¿sabe? He descubierto que sé contar hasta unas cantidades que desconocía.

Me confieso además que muchas veces he hecho el mismo viaje, unas veces para sólo para contar las líneas y otras sólo para contar los espacios entre ellas.

SEGUNDA
Hoy he amanecido temprano, listo para emprender las labores del día, mi querida doctora. Es importante para mí el levantarme a eso de las 6 de la mañana; ya que cuando llega la noche me parece que he vivido más y que tengo más experiencias… claro que todo iría bien a no ser por mi tormento.

Quisiera explicárselo, pero no sé si lo entendería. Su causa la ignoro, aunque imagino que debe ser por algo que pasó cuando era niño, quizás superprotección.

El efecto, o más bien el resultado, son montones de cuadritos de papel de dos centímetros y medio por dos centímetros y medio, todos recortados por mí en estos días que he pasado en casa de mis padres; todos estos cuadritos han sido medidos por mi y recortados por mi… lo que siento, no sé si lo entendería, doctora, es que una vez recortados pierdo el interés en ellos, porque lo que realmente me interesa es la acción de recortarlos. Ahora ellos se amontonan alrededor de mí y me exigen un uso, sé que me reprochan el no darles una razón para su existencia, una razón de vida.

TERCERA
Me he quedado un rato mirando a un hombre que estaba en la calle junto a mí; él repetía su acto una y otra vez sin importarle quien lo mirase: trataba de quitarse de la cabeza algo que se le paraba encima, un sombrero, o un pájaro o unas manos, yo que sé. Él veía ese algo y lo sentía sobre su cabeza, doctora. Luego me recordé de un hombre al que vi hace muchos años en otra ciudad. Él estaba escribiendo en el piso, en la calle, en la acera con un pedazo de ladrillo, con una tiza, con la cáscara de un limón, o con un carbón, y hacía una suma interminable… 0+0+0+0 0+0+0+0+0+0+0+0+0+0+0…

También vi muchos escritos en el piso de otras ciudades, alertándonos de muchas cosas. Por medio de ellos fue que me enteré que en las iglesias estaban usando los rayos ultravioletas para alterar la voluntad de los hombres y hasta supe que un perro había mordido la mano de su propio amo, a causa de esos rayos; con el tiempo y caminando por esas mismas calles descubrí al autor de dichos escritos, conocí de vista al autor de esos “mensajes”… Ya viejo, y con una especie de carreta llena de perros, él se disponía con un pincel y pintura blanca a retocar sus pisados escritos… Esto fue en Milano, ciudad de Italia, mi querida doctora.

Yo también he dicho cosas y usted lo sabe, he tenido pensamientos magistrales y con el bolígrafo los he escrito en la suela de mis zapatos. Una vez recuerdo escribí en la suela de mi zapato izquierdo el nombre de un perro.

Yo también tenía un perro, doctora.

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