Cuando no creíamos en nada, o de cómo descubrí que mis vecinos son fantasmas

Natasha Martínez



Estábamos en mi casa, cuando a C. se le ocurrió pedirle harina a los vecinos para disipar las dudas sobre su existencia y la razón por la cual juegan Jumanji en la madrugada y cantan karaoke; tratamos de detenerla pero antes de darnos cuenta ya estaba tocando el timbre mientras todos esperábamos inmóviles en las escaleras.

Escuchamos como se abría la puerta y vimos a C. improvisar su monólogo teatral al ver que, en efecto, mis vecinos no son fantasmas, sino que son bizarros. Esas cosas pasan.

C: ¿Aquí vive Amanda?
A. escuchaba todo, con la risa en la garganta mientras J. le tapaba la boca conteniendo el sonido con sus manos.
V: Sí, sí. ¿Estudias con ella, por casualidad? No te habíamos visto por aquí...

Al momento de escuchar estas palabras, todos soltamos una risa incontenible, ignorantes de lo que nos esperaba.

C: Eh... ¿Amanda Guzmán?
V: Sí, Amanda Guzmán. Amanda, ven... Te están buscando, tienes visitas.

Mientras C. volteaba y nos miraba desde arriba simulando la sonrisa, se sorprendió al ver en la puerta a una Amanda Guzmán que, ciertamente... Era igual a A.; C. ya no podía fingir más y explotó.

C: ¡Tienen que ver esto! ¡Es en serio, vengan!

Corrimos hacia la puerta y era cierto. Hasta el mínimo detalle era igual. A. miró su dedo (su marca de identidad única) y luego vio el de su presunta copia. Se horrorizó al notar que no habían diferencias. No había duda, el golpe de la imaginación fue un puño de realidad.

El pánico se apoderó de todos y corrimos escaleras a abajo, mientras mi mamá preguntaba en la puerta qué pasaba. Para el momento de escucharla ya estábamos demasiado lejos.

Cuando llegamos a planta baja, tuvimos que razonar y pensar claramente lo que había pasado... Si es que había pasado. A. no podía moverse y J. no dejaba de gritar lo increíble que era lo que había pasado. C. estaba narrándolo de nuevo para nosotros y yo veía desde abajo las luces apagadas en ese piso. Fue entonces cuando C. accedió a acompañarme nuevamente hacia arriba, teníamos que aclarar el asunto para la tranquilidad mental de nuestra amiga A. ¿Quién era esa Amanda Guzmán? ¿Cómo es que había vivido tanto tiempo cerca de nosotras y jamás la habíamos visto? ¿Cómo alguien podía tener una gemela idéntica con el mismo nombre y apellido?

Subimos por las escaleras, mientras reflexionábamos en qué decir y cómo explicarles nuestra necesidad de respuestas. Al llegar, ambas respiramos hondo y tocamos el timbre. Nadie contestó.

Tocamos nuevamente, sin contestación.

Otra vez... Lo mismo.

Llamamos a J. y a A. para que vinieran a ayudarnos. J. a su vez, llamó a mi cuñado y juntos tumbaron la puerta.

Adentro no había nada ni nadie, el apartamento estaba completamente vacío. Todos nos miramos incrédulos y buscábamos palabras de consuelo para A. que lloraba de la impotencia.

J. bajó las escaleras con decisión, todas pensamos que se había cansado y estaba listo para entrar a la casa de nuevo. Pero no, tocó el timbre de los vecinos de enfrente y nos miró desde la puerta en busca de solidaridad.

A, C y N: ¿Qué haces, estás loco?
J: Si nosotros no los conocíamos, capaz ellos sí. No sé ustedes, pero yo necesito saber qué pasa.

En ese momento, la puerta se abrió y una voz lejana gritó "Pase..."

J: ¿Vienen o no?

Mientras él entraba, las tres nos paramos y los seguimos. Me sorprendí mientras A. nos convencía de no dejarlo solo, a pesar de todo.

Cuando nos disponíamos a entrar la puerta se cerró de golpe en nuestras caras y mientras nosotras tocábamos a nuestro amigo y gritábamos su nombre, ocurrió algo que pudo silenciarnos para siempre, durmiendo toda necesidad por respuestas.

Desde la ranura de la puerta apareció un papel. Quedamos congeladas del miedo al ver una foto (que jamás nos habíamos tomado) de nosotros cuatro en una casa desconocida, sonriendo frenéticamente con los pulgares arriba. El pie de foto ponía: "Amanda, Celiani, Juan y Natasha, 27/2/10."

Nunca más volvimos a ver a J. después de eso.

C. aún pasa noches sin dormir mirando las luces apagadas de los vecinos (suyos, míos, cualquier vecino).

A. nunca habla de eso, pero tiembla al ver camiones de mudanza.

Ambas me visitan seguido, nunca nos despedimos con tristeza… ¿Por qué hacerlo? Como siempre les digo, los psiquiátricos son los únicos lugares realmente normales para gente como nosotros, gente que reduce sus obsesiones y las deja ser lo que son: pequeños tumores en el cerebro que se duermen con pastillas, pero jamás se reducen. Permanecen ahí. Vigilando… Inmutables.

No hay comentarios: