La mujer sin cuello.

Gabriela Rosas



No quise lastimarte. Sé que sólo hablamos cinco minutos a la semana, me acerco a ti, lentamente para no perder la compostura. Siento haberte causado eso que llamas dolor, para mi eran juegos de niña. No puedo recostarme en las palabras y explicarte lo que dentro de mí habita. Segura estoy de que no lo entiendes y no te juzgo. Sólo puedo decir que me he sentido sola todos estos años, porque tú nunca fingiste, ni siquiera un segundo amarme. Debiste prever lo que eso me ocasionaría.

Quiero que me disculpes, por hacerle acupuntura a la foto de tu novio mientras dormías. Por contarle a todo el mundo que te gustan los vallenatos. Por cortar tu cabello por las noches y tejer telarañas para adornar las ventanas, hasta dejar claros en tu cuero cabelludo. Por haber insistido tanto en que enterraran a mi padre en el cementerio del Sur, y te hayan asaltado tantas veces.

Perdona por acabar el agua caliente, adelantar tu reloj despertador y arruinarte el sueño tantas veces. Disculpa las peleas antes de que salieras a tus citas, y todas las camisas nuevas que te rompí, los arañazos y la tristeza con la que te marchabas. Por quitarle el freno de mano a tu automóvil en aquella bajada, ponerle tabasco a tu pasta de diente y dientes de ajo a tus cremas hidratantes.

Sé que piensas que estoy algo loca, porque sabes que me gusta coleccionar cucarachas y pegarlas una al lado de la otra en las cortinas del baño. Las miro y pienso que así ha de ser el cielo. No es mi culpa que te gusten los perros y que hayas traído dos a casa; fui yo quien los envenenó.

Cuando te fuiste de casa debiste llevarte a la mujer sin cuello, si tanto la amabas.

Sé que estuvo a tu lado durante muchos años, pero yo la odiaba. Planeé mil formas de deshacerme de ella, enterrarla en una caja llena de agua, clavar alfileres en su cabeza, cortarle los brazos, como poco. Yo pensaba a diario en todo esto, mientras debía seguir viviendo bajo su mismo techo.

Ella me hizo la vida miserable. Me miraba como se mira al más débil, al que agoniza de sí mismo, al que teme. Siempre estaba allí para acostarme y para abrirme el día, con sus ojos de azul hospital, con las pupilas dilatadas, como endemoniada. Yo la evité cuanto pude, y no la eché de casa porque era tu preferida. Le temía, y lo sabías. Ella siempre llevaba un vestido verde, con la textura del tronco de un árbol, que no dejaba ver sus brazos, y sus manos siempre estaban ocultas; tenía zapatos cuadrados, como de anciana de película de terror, de esas que están locas y matan a todo el mundo; su cabello era como un cableado eléctrico sobre los hombros; un rostro blanco, como de yeso y no tenía cuello. Por eso la llamaba la mujer sin cuello. Yo no podía oscurecerme tranquila, me atemorizaba, y nunca dijiste nada. A ella sí la querías.

Espero me comprendas, era tan malvada. Sabía muchas cosas de la casa, secretos de tu cama y la de mi madre. Sabía dónde estaba cada cosa tuya, mía, nuestra. Cada sueño.

Lo confieso. Me harté, y decidí que desapareciera de mi vida. Mientras me dirigía a la cocina, flotaba, veía las paredes cerrándose a mi paso. Observé cientos de mariposas negras huyendo de casa y escuché voces que me animaban. Tomé el cuchillo más grande y filoso, y alguna cosa más. Me acerqué lentamente y, con ambas manos, clavé el cuchillo en su espalda. Con todas mis fuerzas. La rajé hasta la cintura, di vuelta en su estómago, le hice doce cortadas. Ella permaneció inmóvil y digna, mientras le arranqué la cabeza. Desprendí su cabello, como si fuera la concha de una papa, con un sacacorchos le saqué los ojos. Arranqué sus uñas y pestañas una a una. Le corté los zapatos con los pies adentro. Hice un rompecabezas de su pequeño ombligo. Sus orejas las coloqué en sus partes ya viejas por los años. Me sentí tan libre y dichosa.

Ahora podría vivir tranquila, mi casa volvería a tener secretos, y tú, quizás, podrías amarme. Querida hermana, debes aceptar que todo esto pudiste evitarlo, llevándola contigo o echándola fuera de casa. Aunque fuera tu muñeca preferida y la quisieras tanto.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

FELICITACIONES. SENCILLAMENTE EXTRAORDINARIO.

CARMEN OROPEZA

Anónimo dijo...

todos sufrimos una mujer sin cuello

mia dijo...

Deliciosamente expresado,sentido,dicho y también,increíblemente recepcionado en mi alma,gracias María Gabriela.
Mía te felicita desde francia

Rosas dijo...

Mia, Carmen, gracias por pasar a saludar, los Chang son unos tipos geniales. Pasen cuando quieran a visitarlos. Un abrazo

GEORGIA dijo...

que buenooooooo...las imagenes son todas super exquisitas y el desarrollo de la historia, guaooooooo...felicidades, realmente un excelente relato

Rosas dijo...

Mil gracias por tu lectura y comentarios Georgia.

Unknown dijo...

Vertiginosamente descriptívo! se se siente la penúmbra y a la vez encegece el reflejo del cuchíllo blandiendo atravéz de la misma!Protegi mis partes al continuar leyendolo!!! jajaja!FINISIMO Gabi me encanto!